18

Sep

2023

Artículo de opinión

Viejas disputas literarias

Sigue interesando más la vanguardia y la poesía de Vallejo ocupa fulgurante el panorama de los estudios peruanos. Hay razones justificadísimas para ello, pero también es cierto que existieron otras literaturas que conviene recordar.

Por Carlos Arrizabalaga. 18 septiembre, 2023. Publicado en El Peruano, el 26 de agosto de 2023.

Ventura García Calderón preparó en 1914, por encargo de la editorial barcelonesa Maucci, una antología de poesía que se tituló con cierta petulancia “Parnaso peruano”. Utilizó para ello la selección que había hecho para su libro “Del Romanticismo al modernismo” (1910), pero dio a conocer algunos nombres nuevos más, al añadir a Luis Fernán Cisneros junto a Enrique Bustamante y Ballivian, Alberto Ureta y otros.

Inmaculada Lergo (2008), profesora de la Universidad de Sevilla, ha estudiado con atención estas antologías y el efecto de reconocimiento en la construcción del canon de literatura nacional que proyectan. Con justa razón José Carlos Mariátegui reclamaría que ese parnaso tenía graves omisiones: no incluía a Eguren ni a Valdelomar. A su vez, Mariátegui no dedicaría ni una referencia a De La Jara o a Luis Fernán Cisneros, como le reprocharía igualmente Belaunde (1931). Su amistad personal con Cisneros y De la Jara lo llevó a defenderlos “del olvido absoluto a que los condena el autor de los siete ensayos”, aunque destacaba más su papel renovador en el otro ámbito de la cultura peruana: “introdujeron en nuestro periodismo, a veces inculto y aliterario, una nota de corrección y de ironía elegante”. Para Belaunde, el poeta de su generación había sido Alberto Ureta. por ello le redactó el prólogo de El dolor pensativo (1917).

También Federico More, en las páginas de Colónida, dedicó calificativos muy fuertes a Ventura García Calderón y comentarios combativos, en general, respecto de la literatura del momento. Por su parte, Valdelomar no compartía los juicios de More y apreciaba la pulcritud del estilo de Ventura García Calderón. Reconocería en una de sus cartas: “Verdad es que More se excedió y llegó a la procacidad”. Cisneros, por su parte, recibió una crítica arrogante y agresiva hecha por el joven huancaíno Federico Bolaños en su revista Flechas, que lanzaba dardos destemplados contra los escritores que no compartían la tendencia radical de sus posturas políticas. Producía resquemor la popularidad y el afecto que despertaba Cisneros “en ciertos sectores de la alta opinión literaria y de la inmensa mayoría del público”, dice Esther Castañeda (1989). Otra de las víctimas de Bolaños sería Felipe Sassone, también con “un criterio eminentemente prejuicioso”.

El combativo artículo que publicó Clemente Palma en el Mercurio Peruano (1919) tal vez había servido de desafío y acicate para avivar las disputas literarias. Palma ataca frontalmente “a los jóvenes de las últimas ‘hornadas’ literarias, posteriores a la ‘rica’ generación de los Gálvez, Riva Agüero, Belaunde, Ureta, Góngora y varios más”, afirmando con ligereza que aquellos “tuvieron ideales y orientaciones más definidas”, mientras los jóvenes se engañaban “a base de artificio respecto al valor y carácter de su virtualidad generadora de arte”. En fin, el duro balance de Luis Alberto Sánchez (1941) trató de cancelar definitivamente el 900 y García Calderón nuevamente firmó un apologético generacional, en su libro “Nosotros” (1946). Salazar Bondy (1959) reprocharía igual a Ventura García Calderón un mayor compromiso con las realidades peruanas contemporáneas, aunque posiblemente las censuras que recibió luego fueron bastante peores, como señala en su tesis Benoit Filhol (2013).

En las páginas de Mundial, Manuel Bedoya (1923) lamentaba: “nuestra literatura pasa más o menos desapercibida”, por el hecho de que los periódicos publicaban obras extranjeras “sin abonar un céntimo de derechos de autor”, de modo que reclamaba una educación más patriótica, que haga lugar a “los versos cincelados de Gálvez, Ureta, Eguren o César Atahualpa Rodríguez”. Tres años después, parecía contestarle la revista de Armando Bazán (1926): “Entre las insulsas charlas líricas de García Sanchiz y los versos desteñidos de Alberto Ureta, “Poliedro” prefiere un capítulo de Salgari”. Por cierto, en ese número de Poliedro, los uruguayos Carlos Sabat Ercasty y A. Zum Zelde hacen un encendido elogio a Juan Parra de Riego.

Pasa el tiempo y las contiendas literarias siguen encendidas, aunque poco a poco podemos ir desvelando algunos autores que fueron invisibilizados largo tiempo por la crítica antiidealista. Así, recientemente Anchante (2020) ha reivindicado la persistencia romántica de Ureta. Y, podríamos rescatar a Cisneros. Sigue interesando más la vanguardia y la poesía de Vallejo ocupa fulgurante el panorama de los estudios peruanos. Hay razones justificadísimas para ello, pero también es cierto que existieron otras literaturas que conviene recordar, ahora que las viejas disputas literarias nos resultan tan incoherentes como ridículas.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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